Todavía no se sabe a ciencia cierta cuál es el camino que lleva al corazón de una persona. No hay indicaciones a seguir, no hay velocidades máximas, nadie pone el intermitente aunque sí que te pueden echar de la carretera de un plumazo.
¿Quién sabe? El amor... su forma, su olor, su tacto... Los primeros en caer fueron los padres. ¡Menuda época! En medio de una dictadura, y no sólo la que imponía Franco. Los padres de las jóvenes de aquellos tiempos tampoco se quedaban cortos a la hora de las represiones, los derechos y las obligaciones. Si hoy en día nos parece la vida un reto difícil, no quiero imaginarme en esos días.
El paseo era el mejor sitio para llegar a las miradas de los grupos de jovencitas. Cuchicheos, risitas y miradas rápidas son los mejores síntomas que un adulador con pinta de galán, pudiera ver llegar a su persona. Es el momento perfecto. Sin hablar, se pone al lado de la dama a la que quiere conquistar, un sonrojo, una sonrisa nerviosa y si el muchacho es aceptado, se queda a su lado, si no, ella le pide educadamente que se marche.
El caso, es que esa pareja era especial. Ella no se quería dejar ver con chicos, tal vez por comentarios de la gente, por lo que pudira oir su padre o quizá por esa idea que mantenía desde niña de ser monja. Tras varios intentos del chico y tras varios rechazos de ella, decidieron pasear. Ya se habían visto antes, pero el ritual ha de empezar en el paseo. Puede que anteriormente se hubieran dedicado miradas cómplices, pero para que quedara constancia de aquel interés, había que vestirse de domingo, salir con las amigas y que llegaran a tu lado, simplemente, a pasear contigo.
La siguiente parada en el camino, fue la aprobación de los dictadores hogareños. Si no recibían la aprobación de los padres, ella sólo podría ver a aquel que tanto amor te jura en el paseo de los domingos por lo que hasta que no pasó un tiempo, y el chico duras pruebas de trabajo ante el padre de ella, la relación no se aceptó como tal. Ahora bien, ellos dos tenían que hablar en casa. Ya bien paseaban el domingo, por lo que los padres ne les dejaban verse más tiempo en la calle. Él entraba en su casa, la saludaba cortesmente, nada de besos, y nada, a hablar delante de su familia. Cuando se iba, no se le acompañaba a la puerta, como decía el papá: "Nena, déjale, ya se sabe bien el camino".
Pero bueno, las parejas de antes no son como las de ahora. Ellos sufrieron temporadas sin verse, las jornadas de campo internminables, una dura mili fuera de la ciudad donde vivían, las habladurías de la gente... nada de eso borró los sentimientos que surgieron en el paseo.
Ahora ya peinan canas, recuerdan momentos, ríen juntos, lloran, hacen llorar... pero sin separarse. Ellos hacen que la vida de los que les rodean sea un poco más fácil.