jueves, 29 de octubre de 2009

Diagnóstico traumático


Si el psicológo del colegio le hubiera hecho una sesión de psicoanálisis a Lucía cuando era pequeña, y le hubiera preguntado que qué era lo que más le gustaría hacer al salir del colegio, sin pensarlo, le hubiera contestado que le encantaría que sus abuelos fueran a buscarla todas las tardes a la salida.

Tan pequeña ya tenía sobrinos. La diferencia de edad con sus hermanos era tan grande, que podrían ser sus padres, y sus sobrinos, hermanos. Ella veía cómo sus padres se comportaban de manera especial con los nietos. ¿Así que eso es lo que hacen los abuelos? Te miran de manera bonita, se ríen de las pamplinas que haces, te cuentan cuentos en los que el protagonista es un niño con tu mismo nombre, cantan canciones, te buscan en el cole... Vaya... ¿Sus abuelos no son como los abuelos normales? Puede que falle algo, a lo mejor Lucía no era una buena nieta... ¿Qué hacen los nietos? Si son sólo niños que buscan llamar la atención de los mayores. Sobre todo la de los abuelos... "¡¡Abuelo!! ¡He sacado muy buenas notas!", "¡Mira cómo me columpio de alto abuela!", "Llévame al parque después de clase abuela!", "¿Me compras chuches abuelo?".

El fallo... a lo mejor es que nunca se lo pidió.

miércoles, 21 de octubre de 2009

De lo fácil que es quitarle algo a un niño


Lucía era buena estudiante. Intentaba sacar las mejores notas de la clase. Siempre quería que al final del trimestre sus notas fueran las que estuvieran repletas de crucecitas, las famosas destacas. Aunque no todo eran rosas, ella sufría cuando alguien sacaba mejores puntuaciones en los exámenes e incluso llegaba llorando a casa.

Su asignatura preferida eran las matemáticas. Desde pequeña su papá la enseñó a hacer cuentas. La sentaba en sus rodillas y le ponía interminables sumas y restas, de dos, tres, cuatro cifras. Le encantaba pasar las tardes con su padre, era divertido el juego de los números formando una cara. Siempre es lo mismo, pero a ella le divertía.

Otra asignatura que le encantaba era el dibujo, bueno, más bien los instrumentos de pintar. Adoraba que le compraran lápices, estrenar cuadernos, oler los folios limpios. Ese año le regalaron por sus santo un plumier. Era maravilloso. Tenía tantas cosas... rotuladores, lápices, regla, sacapuntas...¡hasta dos cremalleras distintas! Ya su madre le había advertido para que lo dejara en casa y que no lo llevara al cole. Pero una niña de 5 años lo que quiere es enseñar sus pertenecias, y más si son bonitas.

Lucía se caracteriza por su tozudez, así que sí, se lo llevó. ¡¡Gimnasia!! Todas las mochilas en el hueco de la escalera, incluida la de Lucía con su súper estuche dentro. Tras una hora de fatigable ejercicio, salían todos agotados a buscar sus cosas. Lucía vio que su mochila estaba abierta... ¡¡el estuche!! No muy lejos, lo halló en el baño de las chicas. Deshecho, con todas las cosas que guardaba, estaba bajo el agua de un inodoro.

No sé qué le dolió más, si el tener que dar la razón a su madre por su advertencia, o por sentirse tan tonta como para dejarse quitar tan fácilmente algo suyo, tan querido...

martes, 20 de octubre de 2009

El camino del cementerio


Cuando ves por primera vez la cara de alguien y en ese instante se para el tiempo y tu respiración, deja de ser una mera cara, pasa a ser un anhelo, quieres que sea un recuerdo.

Antes de abandonar el pueblo, la hermana mayor dejaba atrás un romance. Aún no era nada formal, un par de citas furtivas, los padres no conocían la situación. La primera vez que se vieron, ella iba comiendo castañas con una amiga, por el camino del cementerio. El paseo era agradable, las sombras eran abundantes pues los cipreses recorrían el camino dando frescor a la vez que suvizaban las altas temperaturas de la campiña. A lo lejos una nube de polvo envolvía un muchacho que conducía una vieja moto. Una mirada que duró un instante bastó para que ella convirtiera su cara en el recuerdo que guradaría en su corazón.

La verdad es que al principio él era un poco caradura. La relación comenzó por una apuesta que había llevado a cabo con un amigo... parecía argumento de una película, pero así sucedió. Ella, cómo no, estaba ajena a la apuesta y aunque estaba enamorada, dejó la relación.

Si hay algo que los hombres ignoran, es el potencial de una mujer herida. No es que vayan a someterlos a su venganza, pero tienen un poder especial que hace que los hombres caigan rendidos a sus pies. La primera vez que volvieron al pueblo de vacaciones, algo había cambiado. Parecía que el cuento había cambiado. Ya no era ella la que suspiraba por las esquinas, ahora, él hacía lo imposible por encontrarla. Desde luego que la indiferencia de una mujer para con un hombre, puede llegar a ser muy eficaz...

Una vez consolidado el romance, había que decírselo a los padres. Aunque el tiempo pasase, los dictadores hogareños de los tiempos de María Antoñeta, no habían cambiado, tan solo había seguido una evolución. Al presentarle a los padres él debía mostrarse lo más amable posible. Tenía que dar la impresión de ser buena persona, educado y para nada tomador de mujeres sin más. Y para ello, ¿qué nejor que pasar el rato con una pequeña bebé recién nacida? Así, mostraría habilidades con niños y cierto instinto paternal.

Reconocer que esto no le sirvió de mucho. al padre, hombre serio donde los haya, no le causó buena impresión, tal vez inducido por las habladurías de la gente. Parecía que había olvidado lo que le costó cierta vez ganarse a la familia de su esposa. Pero de igual modo tardó en aceptar la relación. Hubieron de participar varios familiares, convencerle de su buena fe. En fín, menudas pruebas habían de pasar los jóvenes...


Cualquiera diría que en el camino del cementerio puede dar vida, ser capaz de crear historias... allí donde al final terminan las caras, los anhelos, los recuerdos... nosotros.,

lunes, 19 de octubre de 2009

De cómo se llega a la puerta del corazón


Todavía no se sabe a ciencia cierta cuál es el camino que lleva al corazón de una persona. No hay indicaciones a seguir, no hay velocidades máximas, nadie pone el intermitente aunque sí que te pueden echar de la carretera de un plumazo.

¿Quién sabe? El amor... su forma, su olor, su tacto... Los primeros en caer fueron los padres. ¡Menuda época! En medio de una dictadura, y no sólo la que imponía Franco. Los padres de las jóvenes de aquellos tiempos tampoco se quedaban cortos a la hora de las represiones, los derechos y las obligaciones. Si hoy en día nos parece la vida un reto difícil, no quiero imaginarme en esos días.

El paseo era el mejor sitio para llegar a las miradas de los grupos de jovencitas. Cuchicheos, risitas y miradas rápidas son los mejores síntomas que un adulador con pinta de galán, pudiera ver llegar a su persona. Es el momento perfecto. Sin hablar, se pone al lado de la dama a la que quiere conquistar, un sonrojo, una sonrisa nerviosa y si el muchacho es aceptado, se queda a su lado, si no, ella le pide educadamente que se marche.

El caso, es que esa pareja era especial. Ella no se quería dejar ver con chicos, tal vez por comentarios de la gente, por lo que pudira oir su padre o quizá por esa idea que mantenía desde niña de ser monja. Tras varios intentos del chico y tras varios rechazos de ella, decidieron pasear. Ya se habían visto antes, pero el ritual ha de empezar en el paseo. Puede que anteriormente se hubieran dedicado miradas cómplices, pero para que quedara constancia de aquel interés, había que vestirse de domingo, salir con las amigas y que llegaran a tu lado, simplemente, a pasear contigo.

La siguiente parada en el camino, fue la aprobación de los dictadores hogareños. Si no recibían la aprobación de los padres, ella sólo podría ver a aquel que tanto amor te jura en el paseo de los domingos por lo que hasta que no pasó un tiempo, y el chico duras pruebas de trabajo ante el padre de ella, la relación no se aceptó como tal. Ahora bien, ellos dos tenían que hablar en casa. Ya bien paseaban el domingo, por lo que los padres ne les dejaban verse más tiempo en la calle. Él entraba en su casa, la saludaba cortesmente, nada de besos, y nada, a hablar delante de su familia. Cuando se iba, no se le acompañaba a la puerta, como decía el papá: "Nena, déjale, ya se sabe bien el camino".

Pero bueno, las parejas de antes no son como las de ahora. Ellos sufrieron temporadas sin verse, las jornadas de campo internminables, una dura mili fuera de la ciudad donde vivían, las habladurías de la gente... nada de eso borró los sentimientos que surgieron en el paseo.

Ahora ya peinan canas, recuerdan momentos, ríen juntos, lloran, hacen llorar... pero sin separarse. Ellos hacen que la vida de los que les rodean sea un poco más fácil.

domingo, 18 de octubre de 2009

Y los papelillos de "boomer" volaron

Habría de solidarizarse con los pobres niños que tienen que ir a la guardería. Lucía no era muy consciente de la guardería, aunque tampoco le dio tiempo a concienciarse, sinceramente. Los niños... lo que a ellos no les pase... Lo cierto, es que si en la actualidad pasase lo que voy a relatar, saldría hasta en el noticiero del canal 46.

Las mañanas de recreo en la guardería eran de los más variopintas. Podías pintar las pastas de tu libro de "Mi pequeño pony", cortarle mechones de pelo a los niños, jugar con las famosísimas bolas de barro, soñar con miles de profesiones, incluso la de cabrero, o como Lucía, que coleccionaba los papelillos de lso míticos chicles Boomer.

¿El suceso trágico? Lucía vio volar su papelillo plateado, así que corrió, se escurrió, incluso se cayó. Lamentablemente se alejó bastante de la profesora que en el momento cuidaba el pequeño rebaño de niños. Cual pastor por la tarde silbó y los niños volvieron al aula. Todos menos Lucía.

Ni imaginarse la frustración de sentirse sola, con frío, llorando a la puerta de hasta entonces su gurdería, penando por entrar. Al menos se quedó sentada en el bordillo, de donde su mamá la arropó a la hora de la comida cuando la hayó allí, churretosa, con lágrimas por las mejillas, pero con su papelillo de boomer en el bolsillo.

De cómo Lucía se cegó con la primera luz

Por aquel entonces eran tan solo cinco en casa. Hacía poco se habían mudado de ciudad, habían experimentado grandes cambios de los que supongo no eran muy conscientes aún.

Venían de un pueblo, con su campo, sus cosechas, sus animales y su olor especial. Vamos, todas esas cosas que hacen que un pueblo se diferencie de una ciudad. Ellos, por trabajo, habian emigrado a Madrid. Como recién salidos de una burbuja, se apearon del tren. El bullicio ahora, sería su entorno natural.

Durante unos meses sin que aconteciera gran cosa, fueron rehaciendo sus vidas, unos en el colegio, otros en su nuevo trabajo. Intentaban superar así, el hecho de no saludar caras conocidas, charlar entretenidamente con amigos en esquinas de calles estrechas, corretear en el llano o los duros de chucherías.

De sobra es sabido que a la edad de cuarenta las mujeres comienzan a coquetear con la menopausia. De modo que la madre de esta peculiar familia decidió hacerse una análisis para comprobar que todo estaba bien. Supuesta alergia pensada por ella, le informaron del bombazo: EL EMBARAZO.

Tras un verano caluroso, en el que los niños volvieron al pueblo, los padres, vistos en tal situación dieron rienda suelta a su libertad, al parecer, despreocupados totalmente de lo que pudiera pasar. Eso es lo que pasa... siempre escuché excusas como "no había tele", "se fue la luz", "no había qué hacer"... pero... ¿esta?

Nueve meses de tranquilo embarazo desencadenaros sentimientos varios: las típicas llantinas de la más pequeña de la casa, la alegría de los mayores, la inquietud del papá, la preocupación de la mamá...

Y llegó abril, finales de mes. Contracciones, sudores fríos, dolores de riñones...
rompe aguas. Rosada y sin el típico hinchazón de bebé es como Lucía se cegó con la primera luz.