
Lo que solía hacer por las tardes era jugar, lo normal en una niña, ¿no? Le encantaba montar en bici, bailar el hula-hop, saltar a la comba y jugar con la goma. Pero otra de sus aficiones era charlar. Iba cada tarde a ver a Antonio, compañero de su padre. Le contaba cómo su mamá hacía las croquetas. Vaya forma de pasar la tarde.
Su padre no le dejaba cruzar la calle, así que recorría toda la placita por la acera, en bici, saltando a la comba o con el hula-hop. Llegaba a la puerta de Antonio, le llamaba, él se sentaba en el banco de la puerta del Bar Las Rejas y la escuchaba como si nunca hubiera visto hacer las croquetas. "Mi mamá coge la carne del cocido, parte cebolla... pero de esta manera, para que se quede pequeñita...". Al final siempre reunía a un montón de gente entre los que se encontraban la señora Lola y su marido, que parecían fieles seguidores a las recetas de cocina de la mamá de Lucía.
Una de esas tardes, una vecina del portal que guardaba Antonio, dejó a su hija en el banquito mientras iba a la frutería. Se llamaba María, tenía la misma edad que Lucía, iba a otro cole y la verdad es que no se habían visto nunca. A partir de ese día se llamaban al porterillo, se bajaban a jugar juntas, compartían las bolsas de chucherías, las palomitas con ketchup y los paseos por el campito.
A lo mejor ninguna sabía en ese tiempo qué significaría la una a la otra en un futuro, a lo mejor creían que simpre tendrían cinco años, que podrían hacer de por vida todas esas cosas que les gustaba hacer por las tardes sin deberes. A lo mejor aún piensan en compartir las palomitas con ketchup, sí, sin importar quién las compre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.