Lucía era buena estudiante. Intentaba sacar las mejores notas de la clase. Siempre quería que al final del trimestre sus notas fueran las que estuvieran repletas de crucecitas, las famosas destacas. Aunque no todo eran rosas, ella sufría cuando alguien sacaba mejores puntuaciones en los exámenes e incluso llegaba llorando a casa.
Su asignatura preferida eran las matemáticas. Desde pequeña su papá la enseñó a hacer cuentas. La sentaba en sus rodillas y le ponía interminables sumas y restas, de dos, tres, cuatro cifras. Le encantaba pasar las tardes con su padre, era divertido el juego de los números formando una cara. Siempre es lo mismo, pero a ella le divertía.
Otra asignatura que le encantaba era el dibujo, bueno, más bien los instrumentos de pintar. Adoraba que le compraran lápices, estrenar cuadernos, oler los folios limpios. Ese año le regalaron por sus santo un plumier. Era maravilloso. Tenía tantas cosas... rotuladores, lápices, regla, sacapuntas...¡hasta dos cremalleras distintas! Ya su madre le había advertido para que lo dejara en casa y que no lo llevara al cole. Pero una niña de 5 años lo que quiere es enseñar sus pertenecias, y más si son bonitas.
Lucía se caracteriza por su tozudez, así que sí, se lo llevó. ¡¡Gimnasia!! Todas las mochilas en el hueco de la escalera, incluida la de Lucía con su súper estuche dentro. Tras una hora de fatigable ejercicio, salían todos agotados a buscar sus cosas. Lucía vio que su mochila estaba abierta... ¡¡el estuche!! No muy lejos, lo halló en el baño de las chicas. Deshecho, con todas las cosas que guardaba, estaba bajo el agua de un inodoro.
No sé qué le dolió más, si el tener que dar la razón a su madre por su advertencia, o por sentirse tan tonta como para dejarse quitar tan fácilmente algo suyo, tan querido...
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